jueves, 29 de octubre de 2009

Un microrrelato que nació para no tener nombre

Arcadas.
"Estaba a punto de morir".
"Lástima".

domingo, 20 de septiembre de 2009

De cómo el señor X pasó a ser la mascota de la señorita Pudding, Parte I

SEC. 1. LIBRERÍA. INT/DIA.

EMMELINE (16), una chica de aspecto inocente y atractivo hojea libros detrás de un estante. Se agacha.

EMMELINE (distraída)

¿Qué haces aquí pequeño amiguito?

(Saca un conejo negro y comienza a hacerle arrumacos)

SEÑOR X (conejo)

Mi nombre es Edgar Allan Poe. Como se habrá dado cuenta, señorita, estoy de incógnito.

Emmeline (sorprendida)

¿Eres tú Eddie? Espera, ¿puedo llamarte Eddie?

Señor X

Señor Eddie para usted.

Emmeline se dirige a un VENDEDOR

¿Ya viste? Este conejo es un gran cuentista… además su pelaje es taan suave…

Vendedor (molesto)

Un conejo… ¡aquí! Vete, no se permiten mascotas.

Emmeline

No es justo, yo lo encontré ahí (señala el estante)

Vendedor (incrédulo)

Ajá, si claro. ¿Te llevo a la salida?

Emmeline

¿No me crees, verdad? Pues aunque parezca extraño yo encontré a ese conejo ahí.

La discusión continúa. Se ve como los dos se acercan a la salida. Ruido ligero de PASOS.

SEC. 2. CALLE. EXT/DIA.

EMMELINE camina por la calle con el conejo en su regazo. Neblina. Lluvia leve. WALK-AND-TALK

Emmeline

Brrrr, como que el clima aquí no está muy cómodo, ¿no es cierto? ¿Por qué no vamos a beber chocolate caliente con malvaviscos en casa?

SEÑOR X callado.

Emmeline

Señor Eddie, ¿porqué no responde? … Se está escondiendo… Sí, es eso. Por poco lo olvido. Entonces shhh

(Pone un dedo en sus labios)

SEC. 3. CASA. INT/DIA.

Casa de EMMELINE (estética oscura con tintes tiernos). UN POCO MÁS TARDE.

EMMELINE abre la puerta. Tintineo de LLAVES.

Emmeline (emocionada)

Ya llegamos, Señor Eddie.

SEÑOR X

Lo noté, ¿señoritaaa?

Emmeline

Emmeline, así me llamo. Pero todos me dicen señorita Pudding, especialmente mis amigos.

Señor X

Extraño pseudónimo el suyo, señorita.

Emmeline

¿Y a usted como le dicen?

Señor X

Ciertamente no Eddie. Señorita Emmeline, en verdad preferiría que me llamara de una forma más sutil. Recuerde que estoy encubriendo mi identidad.

Emmeline

¿Por qué?

Señor X

Usted es un poco impertinente, ¿sabía?

Emmeline

Lo siento. Mmmm, entonces ¿como quiere que lo llame? ¿Algo como Señor E. estará bien?

Señor X

No realmente, quiero algo exótico, diferente.

Emmeline

¿Señor K?

Señor X

No

Emmeline

¿Señor X?

Señor X

Me gusta

Emmeline

Eee, ¿señor X?

Señor X

Sí señorita Emmeline

Emmeline

¿Bebemos chocolate con malvaviscos?

Señor X

Será un placer

Este es el cap{itulo inicial de mi nuevo proyecto, un libro para niños :) y no tan niños. Emmeline va a ser la heroína y protagonista, y el Señor X un conejo cuya personalidad los divertirá en la siguientes páginas. Las aventuras conejiles de la señorita Pudding ya se están escribiendo, así que esperenlas pronto. Adelanto otro personaje, un pintor llamado Jacob :) y la madre de Emmeline, Dolores. Emmeline está enamorada de Bonsai, pero él ya es otra historia.

Besos a todos mis lectores, si los tengo.

jueves, 7 de mayo de 2009

After Party

After Party

Tú eras la única despierta hasta que el reloj volvió a funcionar. La casa parecía un santuario pagano y tú una vampiresa recién salida de su sarcófago. Quizá porque anoche estabas tan cansada que no te quitaste el delineador mal aplicado, y porque con ese peinado caro te vez mucho más obscura y deliciosamente maléfica. ¿Te duelen los pies, mon cher?
-Hagamos el amor.
-No.
-¿Por qué?
-Porque no quiero.
-¿No tienes ganas o no lo has hecho nunca?
-Las dos.
Se arremolinó en mis brazos un minuto solamente. Después se levantó como si nada, quitándose mi camisa. Podías mirar su espalda por el espejo, un placer estético que no superaba a la forma en la que se ponía esos tacones negros. La ví a media luz, en el estudio, metiéndose entre los dientes la boquilla de la pipa de agua. Estaba apagada y vacía de carbón y de tabaco, pero me hacía mucha gracia verla mordiéndola. Me dijiste alguna vez que nunca la habías probado porque no te atrevías. Te dije que habías hecho cosas menos sanas muchas veces. Estabas tan coqueta y retadora, olías a vainilla y a sándalo, a tu perfume y al mío.
Sonó el teléfono infructuosamente. No contestamos.
-Tú no puedes poseer una papa.
-Yo sí puedo poseer una papa.
Discutimos como niños.
-Quisiera verlo.
Reíste y acariciaste mis patillas, intentaste ahogarme con tu muñeca anegada en pulseras.
-Iré a la cocina, tomaré un papa, y ya está, poseeré una papa.
-El hecho de que esté en tus manos no significa que sea tuya.
-El sentido de pertenencia a algo es un asunto muy subjetivo, señor.
Cuando no me tuteaba era una niña pequeña, sin embargo eso no le restaba ningún poder. Seguía teniéndome en su bolsillo.
-Así es.
Tomaste una lima y comenzaste a arreglarte las uñas. Nunca les noté una mínima diferencia entre el antes y el después.
-¿Eres mío?
No me miró a los ojos. Tenía miedo de lo que le respondería.
-Con las personas es todavía más complicado.
Bajó la cabeza.
-Entonces no eres mío.
Un amago de súplica.
-Ni de nadie, excepto yo.
-¿Te perteneces a ti mismo?
Estoy total y completamente hastiado de tus juegos retóricos. Me tienen harto porque detesto la forma en la que me haces pensar. A veces blasfemo deseando que te calles, y te quedes con los gestos, con tus perfectos silencios que hablan, que te quedes calladita sonriendo y obedeciendo. Suelto carcajadas, de la nada, y me miras como si estuviera loco. Cómo me atrevo a pensar en eso, si tú eres perfecta. Contigo no requiero de nada; divina, quédate como quieras.
-Si, yo soy el responsable de mi propio destino.
-No creo que tú seas completamente dueño de ti mismo. Para ser dueño de ti mismo necesitas estar aislado de la sociedad.
-Nada en este universo está aislado.
-Es cierto. Pero tú no eres dueño de ti mismo. La sociedad te formó.
-Me formaron en libertad de decisión.
-Sí, pero que pasa con el tiempo que tú le regalas a los demás. Por ejemplo, el tiempo que me regales a mí-sonrió con satisfacción-¿El tiempo no es parte de ti? Eres de los demás también.
Hablabas de ti, no de los demás.
-No entendí.
-Mmm-musitaste un par de palabras y andaste por la habitación-Tu existencia se compone de muchas cosas. Podríamos resumirlas en espacio, tiempo. Tu tiempo es parte de ti y termina en los demás, ese tiempo no es tuyo ya, te regalas a los demás, por lo tanto tú no eres dueño de ti mismo.
-¿Y eso que tiene que ver con la papa?
Física cuántica, arte culinario, filosofía, que más daba.
-No estamos hablando de la papa. Estamos hablando del sentido de pertenencia y de si un hombre se pertenece a si mismo.
-Así es. Pero yo puedo ser la papa.
-Sí. Tú eres la papa porque yo no puedo tenerte.
-Y porque yo no estoy en tu cocina.
Reímos, reímos sin esperar, sin temer, como si lo único importante fuera volver a ser como niños.
La caja de tus zapatos me gusta mucho, es muy tú, con esas mariposas verdes, estampadas. A tu pie lo abraza una mariposa fucsia, disecada y rociada de purpurina. Otros zapatos. Dolor de cabeza y náuseas. Siéntate. El viento resuena en el caracol gigante del mundo. Un escalofrío de modorra bajo la colcha bordada de oro, de algodón egipcio.
Spaghetti sin queso. Electrolitos orales. Teoría de la relatividad explicada con un acordeón. Un grito que no escuchó. Me preguntó de que color eran mis bragas y no quise decirle, por morboso. Era un flojo por no investigar. Cítricos. Muñecos de peluche. Cuarzo. Alucinación de resaca.

sábado, 4 de abril de 2009

Garras Parte 1

Hoy la primera parte de Garras ... el resto se los debo hasta que encuentre mi libreta de notas (la perdí otra vez).

Garras


Se levantó del lecho con pesar. Era un día muy bonito y claro, perfecto para pasar la mañana metida en la cama, para desayunar poco y para tomar un baño largo y deleitoso.

Se miró en su espejo de cuerpo completo. Le gustaba mucho su cuerpo delgado de adolescente, con curvas incipientes que apenas se adivinaban bajo el pijama de franela.

Era una niña muy bella, con un aire inocente que se fundía con sus ojos inteligentes y obscuros. Esos ojos sí que eran obscuros. Le habían dicho muchas veces que sus ojos no tenían pupilas ni iris, se confundían los dos y parecían un espejo de obsidiana.

Bostezó con gracia, mostrando el inicio de unos dientecitos como perlas. Se echó hacia atrás la cabellera nutrida y los mechones se desparramaron por su espalda, rozando un poco su cintura. Se agachó un poco para poder ver más de cerca su rostro.

Se peinó las cejas con cuidado y enchinó sus pestañas con el dorso de los dedos. Miró su cara en conjunto y le gustó lo que veía. En el espejo se reflejaban dos párpados jóvenes orlados en pestañas y un rostro ovalado de mejillas sonrosadas. Pero había algo que no encajaba en el cuadro. Una mancha pequeña, junto a una marca breve en la piel, como un rasguño profundo. El rasguño no le dolía, y sentía ese lado de la mandíbula muy pesado, como si lo hubieran anestesiado. La mancha la atemorizaba más. Se podía pensar que era sangre o vino seco. ¿Vino?, definitivamente no. Si estuviera ebria no recordaría la estupenda noche anterior, con tantas charlas impropias, frío, buena comida y dos botellas de rosado barato que habían sido bien escogidas por ella. Siempre se alababa su gusto tan refinado para elegir vinos, siempre con el maridaje perfecto para cada ocasión y ajustándose al presupuesto más ajustado.

Hacía tiempo que aparecían esas manchas curiosas en su cuerpo. Alrededor de la cara, en los muslos, un par de ocasiones muy cerca de sus tobillos. Surgían de repente, cicatrizaban pronto y se olvidaban. Pero esta no. Era mucho más grande y aparentaba ser el rasguño resultante de un ataque como de garras. Tal vez no precisamente un ataque, quizás la misteriosa garra solo había presionado su mandíbula. Estaba marcada, se notaban todas las arrugas asquerosas y una uña descomunal y quitinosa.

Experimentó una gran repulsión. Le vinieron arcadas en seguida y quiso quitarse el jersey que llevaba sobre el pijama porque la sofocaba mucho. Cuando se lo iba sacando por la cabeza, sucedió. Apareció un bulto amorfo que se extendía por debajo de su pantalón. Terminó de sacarse el suéter y lo envió de un tirón al suelo. Una zarpa rugosa se deslizaba por su pubis. Las uñas la arañaban apenas pero el terror que sentía la llenaba de un dolor imaginario. El rostro se le crispó por el miedo, los ojos se le habían velado de angustia. Pataleaba en movimientos frenéticos, azotaba su cabello marrón, lacio y despeinado contra la pared, se tropezaba con su cama. Los golpes en la madera hueca resonaban por la habitación medio vacía.

La asquerosa garra rasgó sonoramente su ropa interior al tiempo que la joven profería un grito tenebroso y suplicante. Se calló y se quedó quieta. En el silencio se podía escuchar un terrible sonido rasposo. Ofelia miró la mano que reptaba por su abdomen; las uñas se expandieron y la más larga se coló por su ombligo. Tembló y la zarpa se pegó más a su piel. No se atrevía a tocar a lo que perturbaba su paz. Parecieron horas los minutos que la garra estuvo sobre su cuerpo. Inesperadamente, se replegó. Ofelia se mantuvo en el suelo, estremecida.


Continuará...

miércoles, 4 de marzo de 2009

Quiero un cuervo...

Quiero un cuervo...


Quiero un cuervo, quiero un cuervo.- dijo la señorita dedos ágiles.
Los cuervos son pájaros de mal agüero.- respondió la maestra.
Quiero un cuervo, quiero un cuervo.-dijo la joven mejillas de sangre.
¿Y cómo lo atraparé? ¿Con una red?- preguntó el anciano del bigote canoso.
No, no lo atraparás. Lo comprarás con una monedita de oro.-
Señorita ojos negros compuso la sonrisa más irresistible que tenía.
Los cuervos no se venden.-
Lo sé. La monedita no es para comprárselo a un vendedor. La monedita es para engañarlo.-
El anciano la ignoró y la niña sin nombre se quedó hablando sola.
¿Quieres saber cómo voy a engañar a un cuervo? Voy a viajar a un bosque, un bosque lleno de cuervos, o la torre de Londres. Lo que me quede más cerca. Voy a hacerle un agujerito muy pequeño a mi doblón del tesoro pirata y lo voy a atar con cintas de los zapatos. No, cintas de los zapatos no. O sí, si son verdes para que se confundan con el pasto, amarillas con la hojarasca del otoño y blancas con la nieve. Pero mis agujetas son rosa chicle. Mejor usaré hilo para pescar cuervos. Es brillante y sabe a pan de centeno recién horneado, la comida favorita de los cuervos. Dicen que esta hecha con un hilito de oro demasiado delgado a fuerza de tanto estirar y estirar. Yo les creo, porque eso comprueba mi teoría: los aretes que se pierden debajo de la mesa se los lleva el viento a una fábrica lejana. Con el hilo de pescar sin caña y usando una monedita de cebo, me esconderé entre las ramas un frondoso árbol. Esperaré a que un solo pájaro, el más pequeñito de toda la parvada, negro tinta y con ojos que hablen se separe de sus compañeros. Entonces correrá tras la monedita y yo lo atraparé con mi sombrero de copa violeta. Va a ser la nueva casa del cuervo y le va a gustar mucho porque pertenecía a Oscar Wilde. Si mi cuervecillo es homofóbico, no importa, su casa será mi regazo y lo dejaré dormir bajo el abrigo grueso las noches frías.-
¿Qué le darás de comer a tu cuervo, hija mía?-
Lo alimentaré como a un gran caballero, padre. Una copita de vino tinto tres veces al día y asado de cordero para cenar. El té de las cinco, por supuesto, sin azúcar ni limón.-
¿Le servirás pastitas con el té?-
No, el sabe que las galletitas de mantequilla siempre son para mí, y para el los sándwiches de pepino.-
¿Y como evitarás que se escape? ¿Le cortarás las alas? ¿Lo pondrás en una jaula?-
No puedo cortarle las alas a mi cuervo y en una jaula, el moriría de pena. Tengo que dejarlo libre.-
Y el cuervo que todavía no existía, se escapó.

lunes, 26 de enero de 2009

Crónica del sueño que se volvió pesadilla


La habitación llena de luz, sin paredes, construida con enormes ventanas de aluminio, era pequeña y parecía estar fuera de lugar. Quizá la que se encontraba desorientada era yo, por que mire a mí alrededor como quien se aparece con ropas que no son las suyas en un lugar sometido al escrutinio publico. Así me sentía, cubierta con harapos mientras los demás llevaban frac y guantes de seda. Sensación extraña, sin preocupación pero también sin sosiego; con un estado intermitente de alerta que se disfrazaba tontamente de curiosidad infantil.

Las ventanas estaban cubiertas con pequeños rosetones esmerilados, daban textura al vidrio y no dejaban mirar al interior. Dentro había una sombra. Vivaz, familiar, marrón.

Abrí la puerta y mire a Nana –sin la e de su nombre original porque los niños le llamaban de esa forma, y me acostumbraron a decirle así- saltando como siempre, como un pequeño armiño ámbar y negro. Agitaba su colita, como si el apéndice tuviera vida propia. Giro hacia mí y me asustaron su ojos escarlata intenso, casi púrpura, detenidos en su pequeño cráneo como dos abalorios rellenos de un coagulo sanguíneo, demoníacos, encendidos. Cerré la puerta con premura para evitar que se escapara. Solo cuando deslice el seguro me sentí vagamente segura.

La ciudad gris estaba vacía. Enorme, polvorienta y monótona. Los edificios eran titanes de concreto cubiertos con una gruesa capa de polvo, de perfiles agudos y cortantes. La ciudad gris carecía de vida. Y la falta de ella le restaba toda la belleza a sus contornos geométricos y al majestuoso mutismo de apariencia disciplinada. Se podía pensar que era un vestigio de ciudad futurista, utópica y abandonada. Lo único que resaltaba del conjunto plomizo eran tres habitaciones como la que resguardaba a Nana y una construcción de tres pisos, destartalada. Era lo único en aquel yermo que se utilizaba, o al menos eso creía yo. Caminé hacia el lugar por la larga calle llena de polvo. La puerta estaba cerrada. Me pareció estúpido e inútil tocar. La entrada se abrió, obedeciendo a mis pensamientos. Los universos paralelos existían como mundos oníricos de salidas con forma de laberinto, alcanzables únicamente por…. ¿La respuesta existe?

Había una escalera de caracol, pintada de blanco brillante, con el pasamanos cubierto de una exquisita filigrana rosa pálido y gris, que se adivinaba muy cara. Subí lento, contando los escalones de uno en uno, sin hacer ruido. El segundo piso. Otra escalera, esta vez de mármol, con peldaños que parecían haber sido construidos para gigantes. Perdí la cuenta de los escalones que subí. Trescientos, mil, un millar; su numero se hallaba borrado de mi memoria.

En el tercer piso había un único salón, de techo bajo, con un piso a desnivel.

El Otro estaba allí, mojándose la mitad de las pantorrillas con agua. Lo miré con desdén, porque no adornaba la hermosa y húmeda estancia como yo quería. Caminó chapoteando por la sala, acercándose hacia mí. Poso sus ojos grandes en los míos, invitándome a mojarme. Le dije que no. Decidió no insistir y se mantuvo en el charco, jugando con el agua. Fue innecesario, pero me senté con cuidado en el suelo, acomodé mi falda y me dispuse a narrarla la razón por la que no me quedaba. Dije que era un sueño, que jamás volvería a estar en ese lugar y que por eso quería explorarlo. Dije falsamente que regresaría.

De repente me sentí cansada y somnolienta. La Ciudad Gris pensaba por mí, y en el piso de piedra me preparó una manta parda de alpaca. Me cubrí con ellas y me dispuse a dormir. El sueño dentro del sueño. Quimeras intrincadas dentro de otras.

El Otro no me dejaba dormir, pinchándome el costado con una de las púas que tenia como dedos. Seguía mudo, porque yo había extinguido su voz un día en un delirio.

Me levante y me fui.

Bajé las escaleras con desgano. Una violenta agitación reinaba en la primera planta y el segundo piso. La gente caminaba en círculos, guiada por una voz misteriosa que curiosamente yo también podía escuchar.

Aguarde en la primera planta, en la esquina contraria a un laberinto de tablaroca que no había visto. La gente caminada, compartía los mismos pasos lentos, acompasados, me miraba con los mismos ojos vidriosos de pupilas fijas, me ignoraba porque la voz lo ordenaba. Un monstruoso y único ser.

Seguí escuchando a la voz.

Giren, giren, ¡giren!, criaturas. Juntos crearemos una grandiosa alucinación-.gimió.

Comencé a pensar, y cuantas más ideas afluían a mi mente la voz se escuchaba más lejana y difusa. Ellos seguían a la voz, no pensaban. Actuaban todo literalmente, a manera de siniestros golems. La confusión los atontaba. Algunos rotaban en su propio eje con torpeza, otros se tiraban al suelo con desesperación o marcaban burdos círculos con sus pasos.

Finalmente se ordenaron en un ejército macabro de filas disciplinadas y numerosas.

Una mujer tampoco estaba bajo el influjo de la voz. La ví recargada en la puerta, amarrándose con dificultad las agujetas de los rotos zapatos y mirando a la gente subir con lentitud la escalera. Parecía gitana, con sus faldones de pliegues y las muñecas pesadas de brazaletes ruidosos y tintineantes.

El laberinto…pequeño pero con espacio suficiente para usarlo como escondite.

Un saco rojo de cuero con libros. No lo dudé. Alargué la mano con agilidad y lo jale hacia mi no sin dificultad. Anduve con el peso a cuestas mientras me arrastraba por debajo de los muros luminosos del laberinto. Era enorme, desconcertantemente gigantesco. De repente, la mujer se acerco a mí blandiendo una navaja oxidada con gesto amenazador.

Sal-.

No me moví.

Sal-.

Comencé a salir por un hueco.

Sube las escaleras-.

A cuatro patas, como estaba, comencé a recorrer las escaleras. Cuando llegue al descanso me quitó el saco de los libros.

Entre a la habitación y ella cerró la puerta con llave. Había rostros conocidos entre sombras, cubiertos por la oscuridad. Negro, negro, el altar central, coronado de cuerpos lánguidos que se lamían mutuamente con sus brazos como fuego y destrucción. Desenfreno, miradas vacías, perdición. Sin luz, en el salón opaco y asfixiante aparecieron líneas horizontales verde artificial. El ambiente era asquerosamente soporífero. Calor, letargo. Me esforzaba por pensar para que la voz se fuera y la orgía no me envolviera. La cabeza se me aplastaba en un remolino gigantesco y pesado. Los pies no respondían. Ya no me pude liberar del trance.

Después de que la oscuridad se cerro sobre mi, me levante del sueño de un sueño. Me sentía adormilada y temía no poder salir del infinito entorno blanco que me rodeaba. Blanco sudario que se hundía en gotas espesas de luz. Quería escapar pero no podía. Quería estrechar la mano calida de uñas cuadradas de El y repasar con mis uñas las yemas suaves de sus dedos. Quería encontrarlo desesperadamente.

Debajo de mi, el suelo parecía hielo que al tocar mi piel se transformaba en gotas viscosas de mercurio tornasol. Sentí miedo. Una lagrima resbalo de mi rostro, rodando por mi barbilla. Desperté.


Nota: El sueño fue real. Su desenlace también. Puedo atreverme a comentar que este sueño tiene una gran relación con algunos hechos que me han sucedido actualmente.A veces, los sueños y la realidad se confunden dolorosamente, y se escriben los unos a los otros.


P.S. Disculpen el sentimentalismo barato de la nota al pie.


martes, 20 de enero de 2009

Tal vez

Luna de octubre, luna de plata, luna de terciopelo grabado, con tus hermosos cráteres de formas caprichosas. Tus adornos de oropel, tus bordados de púrpura. ¿Eres gris, blanca acaso? ¿O será que tus colores maravillosos son imposibles de ser narrados?
Exudas un rocío fino, luna mía, cubres los pétalos trémulos, las hojas tiernas de los árboles, el silencio. El jardín está mojado por tu sombra, y tú estas llena del aroma nocturno de su jazmín. No te vayas y quédate en el cielo sin estrellas, acompáñame, con tus nubes de lana, quédate conmigo en mi quimera, inúndame, sálvame.
Ven, ven compadécete de mí, no quiero seguir gritándole a un fantasma. Ten un poco de piedad de esta vil piltrafa, con el corazón arrancado, sin alma. Atrápame en tus brazos férreos, embísteme con las uñas de coral que Neptuno te obsequio cuando te cortejaba, protégeme, llévame cautivo en una jaula tejida con tus cabellos.
Ayúdame a caminar erguido, cierra mis heridas con un soplo de tu aliento, vísteme con el hilo flexible de tus hijas las arañas. Precioso astro, por favor, entra conmigo hasta la habitación, retira con delicadeza la venda mis ojos y déjame morir ahí.

Estabas flotando sobre la cama, con la seda color nieve desnudando tu espalda, con el cabello largo arreglado en ondas casi marinas. Las yemas de mis dedos arañaron tus hombros mullidos. Tus labios destilaron un bálsamo peligroso. Te amo. Regresa, vuelve de los mundos lejanos que te raptaron de mi espacio finito. Almohada de plumas, sábanas arrugadas, muro de concreto, latidos al unísono de un reloj cansado, fiebre, locura. Un vaso roto que otrora contenía whisky en las rocas, copa medio vacía de champagne. Cuchillas de acero. El ruido de un revolver al caer. Balas. Sangre…Tú.