domingo, 26 de octubre de 2008
El Reflejo de la Fuente
Estábamos jugando en el parque de mi casa. Éramos como niños; por allí alguna cortaba flores y otra se las entretejía con maestría en las trenzas, unos jugaban con sus bestiecillas (una camada de setters mimados que todavía no salían de caza por primera vez).Las jóvenes ricas se quitaban los guantes de color crudo, dejaban a un lado los abanicos andaluces para tomarse de las manos, bailando al ritmo de las palmas de los caballeros y un pequeño violín chirriante. Era bonito ver sus caras sonrientes, lozanas, brillando bajo los tenues rayos de sol que se colaban a través del cielo nublado.
Había un mantel de encaje blanco delgado sobre el césped mojado de rocío. Encima de el estaban un par de copas de cristal elegante con vino blanco corriente y un plato con moras y hogazas de pan de centeno. De repente, una muchacha muy joven y rubia se me colgó del cuello con entusiasmo y me pidió que bailáramos. El violinista movía el arco con frenesí casi esquizofrénico, tratando de tocar una melodía alegre y desenfrenada; una sola cuerda se rompió con estrépito. Todos reían. Las jóvenes se tiraron al suelo para reír, agitando con inusitada naturalidad, en el aire, sus piernas gráciles cubiertas con medias lustrosas de seda. Sus vestidos color pastel, los lazos, cada pliegue de tela estaba lleno de un movimiento tal que estremecía. Era perfecto, hermoso, todo lleno de risas, elegancia y un gozo que se contagiaba. Sin embargo. Había algo extraño y totalmente desconocido para mí que me llamaba a dejar la encantadora fiesta improvisada. Esa fuerza terrible me arrastro bajo el sauce. Me tumbe debajo de sus ramas lánguidas, junto a una repulsiva raíz que sobresalía burdamente de la tierra y unos nudos desagradables que provenían del tronco e incluso se veían alegres. Nadie, absolutamente nadie reparaba en mi, estaban todos tan ensimismados divirtiéndose.
El sol bajaba poco a poco, desvaneciéndose del azul claro anterior a un bermellón encendido que daba la clara impresión de que el cielo sangraba. Me levante y camine hasta la fuente de piedra. Creí que era una tumba más porque se confundía con el cementerio detrás. Las lápidas familiares de mármol y de piedra pulida se observaban por detrás de la empalizada obscura. Junto al cementerio ya no se escuchaban los cantos y risas de la fiesta, solamente podía oír el sonido del viento que rozaba los adoquines del piso con un lóbrego rasgueo. Me asomé con pasos inseguros a la fuente, ocupada únicamente por un charco de agua, ¡Pero que charco mas hermoso!...y aun mas bello el reflejo que observe en el. La superficie del agua estaba pulida, brillante y suave como un espejo de plata bruñida. El líquido estaba inmaculadamente limpio y resaltaba su pulcritud la hierba de porquería afuera de la fuente. Entonces un vestido, un listón, un velo, se reflejaron en el charco. Era color coral, confeccionados con gasa etérea y transparente. En un instante, la visión se desvaneció para dar origen a una más bella, más perfecta. Un pie, delicado, de blancura marmólea. El talón, la planta menuda y grácil, dedos delgados, uñas prefectas; el empeine era mas delicioso y proporcionado que ninguno. Otro pie. Y ambos bailaban con naturalidad y parsimonia, exhibiéndose. ¡Que pies más perfectos! Descalzos, desnudos, sin contaminar su pureza virginal pisando el suelo, caminando sobre el aire. Era una visión, una fantasía. No levante la cabeza para mirar a los ojos a la dama que me ofrecía tan fantástica ilusión, pero cuando mire hacia arriba la preciosa mujer se había esfumado. La fuente de piedra se secó. El charco maravilloso desapareció misteriosa, súbitamente. En el cementerio, la cerca negra chirrió y se quedo temblando. Una hermosa figura fantasmal cayó exánime al lado del mausoleo. La criatura aperlada se levantó a gatas, mostrándome por última vez la maravillosa visión de los pies más perfectos del mundo.
martes, 7 de octubre de 2008
Carta de un condenado a muerte
Carta de un condenado a muerte
Hace frío, estoy triste y deprimido; sentado junto a la entrada de mi prisión, mirando con desdén el único rayo de sol que se cuela por la puerta de hierro. ¡Ah! como extraño el sonido de la voz de mi amada, tan etérea y bella, incomparable a los chillidos de las ratas que pululan por mi estrecha celda. El tiempo pasa dolorosamente lento, entre todas mis dudas y el autocastigo que les seguía ¿cómo puede pensar que me eras infiel, tú, la más honesta de las criaturas?
No sé como logré mantenerme cuerdo todos esos años en la mazmorra. Tu padre había decidido torturarme psicológicamente… (¡y de que forma tan refinada lo hacía!).Acudía cada tarde, sin faltar una sola, a contarme lo hermosa que te veías con tus vestidos de terciopelo y seda, en las fiestas de sociedad que frecuentabas. Me llenaban de alegría tus largas descripciones, sin embargo, poco tiempo después de oírlas un dolor y una profunda nostalgia inflamaba mi pecho, me dolías como solo me dueles tú.
Hoy los guardias me golpearon. Pude distinguir los golpes que me propinaban por obligación y las heridas que me causaban por saña. Entre sus blasfemias e insultos puede escuchar que el juez quería ejecutarme. Ya no me preocupa nada, excepto el cómo. Hace varios días que no me traen agua y alimento, estoy enflaquecido y enfermo… quieren que muera de hambre.
Creo que lo que me salvó fue tu recuerdo, en esas horas de dolor y pena tu memoria bastaba para volver a luchar, para intentar sobrevivir. ¡Que precioso era tu recuerdo!: la humedad de tus besos, la dulzura de tu tibio pecho, el suave roce de tus manos, en fin, toda tú me salvaste.
Sí, voy a suicidarme, para que sea tan sencillo como dejar de sufrir. Sé que voy a morir, el juez dictó la sentencia hace poco, en un juicio terrible. Moriré dentro de cuatro semanas… cómo espero ese momento, anhelo fervientemente mirar mi cuerpo inmolado en un altar, ofrendado a la injusticia y sinrazón humana. En el día, mis pensamientos me aterrorizan una y otra vez, como una alucinación; y, de noche, las pesadillas me atormentan, ¡mi cuerpo y mi mente no tienen descanso!
Muchas veces pensé en el suicidio, irracionalmente, pero los pensamientos de un condenado a muerte son siempre macabros. Es horrible esperar el fin de tu existencia, pero ahora que estamos juntos ¡vida mía! , ya no hay más pensamientos depresivos, sino de alegría, paz y gozo.
Mañana traerán al sacerdote para hacer mi última confesión. No quiero verlo. Tengo miedo pero no pecados. Lo único que puedo desear ahora, es mirar por vez final tus bellos ojos miel, ésos con pupilas sin fondo. Tal vez si los viera, si supiera que te encuentras bien, podría morir tranquilo, incluso feliz.
Desde que me liberaron, decidí viajar a tu palacio de invierno. Me enteré de que tu padre había muerto y vivías sola en ese precioso castillo de cristal. Ahora volvemos a estar juntos, vuelves a ser mía y no puedo nada menos que agradecer tu amante espera de todos estos años.
Cariñosamente,
El amor de tu vida…
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