lunes, 26 de enero de 2009

Crónica del sueño que se volvió pesadilla


La habitación llena de luz, sin paredes, construida con enormes ventanas de aluminio, era pequeña y parecía estar fuera de lugar. Quizá la que se encontraba desorientada era yo, por que mire a mí alrededor como quien se aparece con ropas que no son las suyas en un lugar sometido al escrutinio publico. Así me sentía, cubierta con harapos mientras los demás llevaban frac y guantes de seda. Sensación extraña, sin preocupación pero también sin sosiego; con un estado intermitente de alerta que se disfrazaba tontamente de curiosidad infantil.

Las ventanas estaban cubiertas con pequeños rosetones esmerilados, daban textura al vidrio y no dejaban mirar al interior. Dentro había una sombra. Vivaz, familiar, marrón.

Abrí la puerta y mire a Nana –sin la e de su nombre original porque los niños le llamaban de esa forma, y me acostumbraron a decirle así- saltando como siempre, como un pequeño armiño ámbar y negro. Agitaba su colita, como si el apéndice tuviera vida propia. Giro hacia mí y me asustaron su ojos escarlata intenso, casi púrpura, detenidos en su pequeño cráneo como dos abalorios rellenos de un coagulo sanguíneo, demoníacos, encendidos. Cerré la puerta con premura para evitar que se escapara. Solo cuando deslice el seguro me sentí vagamente segura.

La ciudad gris estaba vacía. Enorme, polvorienta y monótona. Los edificios eran titanes de concreto cubiertos con una gruesa capa de polvo, de perfiles agudos y cortantes. La ciudad gris carecía de vida. Y la falta de ella le restaba toda la belleza a sus contornos geométricos y al majestuoso mutismo de apariencia disciplinada. Se podía pensar que era un vestigio de ciudad futurista, utópica y abandonada. Lo único que resaltaba del conjunto plomizo eran tres habitaciones como la que resguardaba a Nana y una construcción de tres pisos, destartalada. Era lo único en aquel yermo que se utilizaba, o al menos eso creía yo. Caminé hacia el lugar por la larga calle llena de polvo. La puerta estaba cerrada. Me pareció estúpido e inútil tocar. La entrada se abrió, obedeciendo a mis pensamientos. Los universos paralelos existían como mundos oníricos de salidas con forma de laberinto, alcanzables únicamente por…. ¿La respuesta existe?

Había una escalera de caracol, pintada de blanco brillante, con el pasamanos cubierto de una exquisita filigrana rosa pálido y gris, que se adivinaba muy cara. Subí lento, contando los escalones de uno en uno, sin hacer ruido. El segundo piso. Otra escalera, esta vez de mármol, con peldaños que parecían haber sido construidos para gigantes. Perdí la cuenta de los escalones que subí. Trescientos, mil, un millar; su numero se hallaba borrado de mi memoria.

En el tercer piso había un único salón, de techo bajo, con un piso a desnivel.

El Otro estaba allí, mojándose la mitad de las pantorrillas con agua. Lo miré con desdén, porque no adornaba la hermosa y húmeda estancia como yo quería. Caminó chapoteando por la sala, acercándose hacia mí. Poso sus ojos grandes en los míos, invitándome a mojarme. Le dije que no. Decidió no insistir y se mantuvo en el charco, jugando con el agua. Fue innecesario, pero me senté con cuidado en el suelo, acomodé mi falda y me dispuse a narrarla la razón por la que no me quedaba. Dije que era un sueño, que jamás volvería a estar en ese lugar y que por eso quería explorarlo. Dije falsamente que regresaría.

De repente me sentí cansada y somnolienta. La Ciudad Gris pensaba por mí, y en el piso de piedra me preparó una manta parda de alpaca. Me cubrí con ellas y me dispuse a dormir. El sueño dentro del sueño. Quimeras intrincadas dentro de otras.

El Otro no me dejaba dormir, pinchándome el costado con una de las púas que tenia como dedos. Seguía mudo, porque yo había extinguido su voz un día en un delirio.

Me levante y me fui.

Bajé las escaleras con desgano. Una violenta agitación reinaba en la primera planta y el segundo piso. La gente caminaba en círculos, guiada por una voz misteriosa que curiosamente yo también podía escuchar.

Aguarde en la primera planta, en la esquina contraria a un laberinto de tablaroca que no había visto. La gente caminada, compartía los mismos pasos lentos, acompasados, me miraba con los mismos ojos vidriosos de pupilas fijas, me ignoraba porque la voz lo ordenaba. Un monstruoso y único ser.

Seguí escuchando a la voz.

Giren, giren, ¡giren!, criaturas. Juntos crearemos una grandiosa alucinación-.gimió.

Comencé a pensar, y cuantas más ideas afluían a mi mente la voz se escuchaba más lejana y difusa. Ellos seguían a la voz, no pensaban. Actuaban todo literalmente, a manera de siniestros golems. La confusión los atontaba. Algunos rotaban en su propio eje con torpeza, otros se tiraban al suelo con desesperación o marcaban burdos círculos con sus pasos.

Finalmente se ordenaron en un ejército macabro de filas disciplinadas y numerosas.

Una mujer tampoco estaba bajo el influjo de la voz. La ví recargada en la puerta, amarrándose con dificultad las agujetas de los rotos zapatos y mirando a la gente subir con lentitud la escalera. Parecía gitana, con sus faldones de pliegues y las muñecas pesadas de brazaletes ruidosos y tintineantes.

El laberinto…pequeño pero con espacio suficiente para usarlo como escondite.

Un saco rojo de cuero con libros. No lo dudé. Alargué la mano con agilidad y lo jale hacia mi no sin dificultad. Anduve con el peso a cuestas mientras me arrastraba por debajo de los muros luminosos del laberinto. Era enorme, desconcertantemente gigantesco. De repente, la mujer se acerco a mí blandiendo una navaja oxidada con gesto amenazador.

Sal-.

No me moví.

Sal-.

Comencé a salir por un hueco.

Sube las escaleras-.

A cuatro patas, como estaba, comencé a recorrer las escaleras. Cuando llegue al descanso me quitó el saco de los libros.

Entre a la habitación y ella cerró la puerta con llave. Había rostros conocidos entre sombras, cubiertos por la oscuridad. Negro, negro, el altar central, coronado de cuerpos lánguidos que se lamían mutuamente con sus brazos como fuego y destrucción. Desenfreno, miradas vacías, perdición. Sin luz, en el salón opaco y asfixiante aparecieron líneas horizontales verde artificial. El ambiente era asquerosamente soporífero. Calor, letargo. Me esforzaba por pensar para que la voz se fuera y la orgía no me envolviera. La cabeza se me aplastaba en un remolino gigantesco y pesado. Los pies no respondían. Ya no me pude liberar del trance.

Después de que la oscuridad se cerro sobre mi, me levante del sueño de un sueño. Me sentía adormilada y temía no poder salir del infinito entorno blanco que me rodeaba. Blanco sudario que se hundía en gotas espesas de luz. Quería escapar pero no podía. Quería estrechar la mano calida de uñas cuadradas de El y repasar con mis uñas las yemas suaves de sus dedos. Quería encontrarlo desesperadamente.

Debajo de mi, el suelo parecía hielo que al tocar mi piel se transformaba en gotas viscosas de mercurio tornasol. Sentí miedo. Una lagrima resbalo de mi rostro, rodando por mi barbilla. Desperté.


Nota: El sueño fue real. Su desenlace también. Puedo atreverme a comentar que este sueño tiene una gran relación con algunos hechos que me han sucedido actualmente.A veces, los sueños y la realidad se confunden dolorosamente, y se escriben los unos a los otros.


P.S. Disculpen el sentimentalismo barato de la nota al pie.


1 comentario:

Anónimo dijo...

hola linda!! vaya!, este cuento me ha encantado bastante, es magico, es increible es bastante original, en pocas palabras, es grandioso!

atte: luis