martes, 20 de enero de 2009

Tal vez

Luna de octubre, luna de plata, luna de terciopelo grabado, con tus hermosos cráteres de formas caprichosas. Tus adornos de oropel, tus bordados de púrpura. ¿Eres gris, blanca acaso? ¿O será que tus colores maravillosos son imposibles de ser narrados?
Exudas un rocío fino, luna mía, cubres los pétalos trémulos, las hojas tiernas de los árboles, el silencio. El jardín está mojado por tu sombra, y tú estas llena del aroma nocturno de su jazmín. No te vayas y quédate en el cielo sin estrellas, acompáñame, con tus nubes de lana, quédate conmigo en mi quimera, inúndame, sálvame.
Ven, ven compadécete de mí, no quiero seguir gritándole a un fantasma. Ten un poco de piedad de esta vil piltrafa, con el corazón arrancado, sin alma. Atrápame en tus brazos férreos, embísteme con las uñas de coral que Neptuno te obsequio cuando te cortejaba, protégeme, llévame cautivo en una jaula tejida con tus cabellos.
Ayúdame a caminar erguido, cierra mis heridas con un soplo de tu aliento, vísteme con el hilo flexible de tus hijas las arañas. Precioso astro, por favor, entra conmigo hasta la habitación, retira con delicadeza la venda mis ojos y déjame morir ahí.

Estabas flotando sobre la cama, con la seda color nieve desnudando tu espalda, con el cabello largo arreglado en ondas casi marinas. Las yemas de mis dedos arañaron tus hombros mullidos. Tus labios destilaron un bálsamo peligroso. Te amo. Regresa, vuelve de los mundos lejanos que te raptaron de mi espacio finito. Almohada de plumas, sábanas arrugadas, muro de concreto, latidos al unísono de un reloj cansado, fiebre, locura. Un vaso roto que otrora contenía whisky en las rocas, copa medio vacía de champagne. Cuchillas de acero. El ruido de un revolver al caer. Balas. Sangre…Tú.

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