sábado, 4 de abril de 2009

Garras Parte 1

Hoy la primera parte de Garras ... el resto se los debo hasta que encuentre mi libreta de notas (la perdí otra vez).

Garras


Se levantó del lecho con pesar. Era un día muy bonito y claro, perfecto para pasar la mañana metida en la cama, para desayunar poco y para tomar un baño largo y deleitoso.

Se miró en su espejo de cuerpo completo. Le gustaba mucho su cuerpo delgado de adolescente, con curvas incipientes que apenas se adivinaban bajo el pijama de franela.

Era una niña muy bella, con un aire inocente que se fundía con sus ojos inteligentes y obscuros. Esos ojos sí que eran obscuros. Le habían dicho muchas veces que sus ojos no tenían pupilas ni iris, se confundían los dos y parecían un espejo de obsidiana.

Bostezó con gracia, mostrando el inicio de unos dientecitos como perlas. Se echó hacia atrás la cabellera nutrida y los mechones se desparramaron por su espalda, rozando un poco su cintura. Se agachó un poco para poder ver más de cerca su rostro.

Se peinó las cejas con cuidado y enchinó sus pestañas con el dorso de los dedos. Miró su cara en conjunto y le gustó lo que veía. En el espejo se reflejaban dos párpados jóvenes orlados en pestañas y un rostro ovalado de mejillas sonrosadas. Pero había algo que no encajaba en el cuadro. Una mancha pequeña, junto a una marca breve en la piel, como un rasguño profundo. El rasguño no le dolía, y sentía ese lado de la mandíbula muy pesado, como si lo hubieran anestesiado. La mancha la atemorizaba más. Se podía pensar que era sangre o vino seco. ¿Vino?, definitivamente no. Si estuviera ebria no recordaría la estupenda noche anterior, con tantas charlas impropias, frío, buena comida y dos botellas de rosado barato que habían sido bien escogidas por ella. Siempre se alababa su gusto tan refinado para elegir vinos, siempre con el maridaje perfecto para cada ocasión y ajustándose al presupuesto más ajustado.

Hacía tiempo que aparecían esas manchas curiosas en su cuerpo. Alrededor de la cara, en los muslos, un par de ocasiones muy cerca de sus tobillos. Surgían de repente, cicatrizaban pronto y se olvidaban. Pero esta no. Era mucho más grande y aparentaba ser el rasguño resultante de un ataque como de garras. Tal vez no precisamente un ataque, quizás la misteriosa garra solo había presionado su mandíbula. Estaba marcada, se notaban todas las arrugas asquerosas y una uña descomunal y quitinosa.

Experimentó una gran repulsión. Le vinieron arcadas en seguida y quiso quitarse el jersey que llevaba sobre el pijama porque la sofocaba mucho. Cuando se lo iba sacando por la cabeza, sucedió. Apareció un bulto amorfo que se extendía por debajo de su pantalón. Terminó de sacarse el suéter y lo envió de un tirón al suelo. Una zarpa rugosa se deslizaba por su pubis. Las uñas la arañaban apenas pero el terror que sentía la llenaba de un dolor imaginario. El rostro se le crispó por el miedo, los ojos se le habían velado de angustia. Pataleaba en movimientos frenéticos, azotaba su cabello marrón, lacio y despeinado contra la pared, se tropezaba con su cama. Los golpes en la madera hueca resonaban por la habitación medio vacía.

La asquerosa garra rasgó sonoramente su ropa interior al tiempo que la joven profería un grito tenebroso y suplicante. Se calló y se quedó quieta. En el silencio se podía escuchar un terrible sonido rasposo. Ofelia miró la mano que reptaba por su abdomen; las uñas se expandieron y la más larga se coló por su ombligo. Tembló y la zarpa se pegó más a su piel. No se atrevía a tocar a lo que perturbaba su paz. Parecieron horas los minutos que la garra estuvo sobre su cuerpo. Inesperadamente, se replegó. Ofelia se mantuvo en el suelo, estremecida.


Continuará...

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